Encender la televisión para ver una película que me ayudase a vencer el aburrimiento y a la vez hiciese que no me diera cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, era, valga la redundancia, mi pasatiempo favorito. Aunque cuando estaba demasiado concentrado en los movimientos tan aesthetic con los que un hombre gris escribía en el espejo de la barbería la suma de los minutos exactos que pierde el señor Fusi anualmente, se me hacía imposible pensar en los míos propios.
De creer que hay que aprovechar y exprimir los segundos que tiene un día hasta que acabemos exhaustos, a dejar de hacerlo para vivirlo en nuestras propias carnes (esta expresión me parece feísima) solo tiene que pasar el tiempo, sin más, y entonces nos damos cuenta de si en algún momento de nuestra vida hemos hablado con algún hombre gris y ahora no podemos recordarlo.
Momo, la salvadora de la humanidad, es la culpable de que esté escribiendo esto, y por eso hoy voy a hablar de Michael Ende, inspiraciones surrealistas en su obra y la filosofía del tiempo que la caracteriza.
Edgar Ende fue de los primeros artistas surrealistas de Alemania (no me atrevo a decir que fue el primero porque hay mucha disputa con este tema y a ver si me van a acuchillar), pero al igual que el impresionismo y cualquier otra tendencia artística de la época, las autoridades nazis le prohibieron continuar con sus dibujitos raros, que es claramente cómo los llamaban.
En Carpeta de Apuntes, su propio hijo contaba que se encerraba en su habitación para hacer bocetos, apagaba la luz, se acomodaba en el sofá y se concentraba. Pero su dificultad era que esa concentración no consistía en tener en mente un determinado pensamiento, sino en concentrarse en nada. Con una conciencia totalmente vacía, tenía que evadirse de la «presencia de espíritu» porque si no, volvían a él ese torbellino de pensamientos y palabras que acompañan a una conciencia normal.
La tendencia a encasillar la Historia Interminable como el libro por excelencia en el que Michael Ende se inspira totalmente en la obra de su padre es un error porque mucho antes podemos encontrar en el Espejo en el Espejo e incluso en Momo, una relación muy clara con las imágenes rígidas, que no se mueven, pero que tienen un trasfondo desconcertante que nos presenta Edgar Ende. En ellas parece que el tiempo se ha detenido por completo, que el maestro Secundus Minutus Hora se ha quedado dormido y el flujo del tiempo ya no puede ser modificado.
Momo surge bastante más tarde de haber pintado estos cuadros, en 1973, cuando Michael Ende, continuando con su literatura apta entre 8 a 80 años, nos presenta a una niña que vive en el anfiteatro de las afueras de la ciudad. Nadie sabe de dónde viene, dice tener 102 años, y su apariencia es lo que más extraña a la gente del pueblo, aunque no la rechazan e intentan ayudarla entre todos, aportando lo que pueden. El frío que no puede ser evitado ni arrimando la chaqueta que cubría casi todo el cuerpo de Momo es la alarma definitiva que alerta a la niña y sus amigos de los infames negocios que los hombres grises hacen con el tiempo de las personas de la ciudad, convirtiéndolos en seres dedicados a trabajar sin descanso, desprovistos de unos minutos para charlar, leer el periódico o simplemente dedicarse al daydreaming. Ante esta situación, Momo es la única que tiene el tiempo suficiente para salvar a la ciudad de la amenaza que suponen los ladrones de tiempo.
Lejos de ser una novela para niños, la crítica social que propone Michael Ende abarca bastantes temas de la manera más directa posible, no se limita a lo más absolutamente esencial, uniendo los pensamientos de una niña separada de sus compañeros con ideas antimaterialistas, filosóficas y toques surrealistas que sabe combinar de la mejor manera posible.
En el Cuaderno de Literatura Infantil y Juvenil Año 5, Nº37 de 1992 el escritor se hacía la siguiente pregunta: «¿Por qué escribo para niños?«. Su respuesta fue muy sencilla: no lo hacía. Michael Ende escribía lo que a él le hubiese gustado leer de pequeño y para ello se servía de su concepto del Eterno Juvenil (adaptándolo del Eterno Femenino, otro tema, que está súper cancelled, del que no vamos a hablar en este blog si no es criticándolo desde la visión de Simone de Beauvoir) y os voy a poner directamente la cita más importante para entenderlo porque es una maravilla.
Sin embargo, una característica de nuestros días y nuestra edad es que ningún escritor o poeta osa retratar en sus libros un mundo parecido al mundo infantil, porque esto haría que se le etiquetara despectivamente como <<autor para niños>>. Esta etiqueta comporta que los libros infantiles queden relegados a la condición de género literario inferior —si es que pueden llamarse <<literatura>>—, escritos por personas carentes de talento para convertirse en <<auténticos>> escritores. Sin embargo, este punto de vista, lamentablemente tan extendido, no prueba nada, excepto, a lo sumo, el deplorable bajo nivel de comprensión artística de aquellos que lo sostienen y que, además, son suficientemente estúpidos para proclamarlo en público.
Michael Ende en CLIJ Año 5 Nº37 de 1992
¡Ay, fantástico!